Texto de presentación de Díptico, poemario de María Elena Marroquín y Donald Urízar, por Dra en Literatura: Aída Toledo.




En muchas ocasiones nos hemos preguntado por los alcances de la poesía, por su compromiso social y político, por la manera en que logra transgredir los límites de la realidad, sin dejar de tener ataduras con ese mismo contexto. Sabemos hoy que se trata de un proceso creativo que intenta no olvidar que en esa realidad están nuestros referentes más inmediatos, y que lo que escribimos o lo que se escribe, de forma semiautomática a pesar nuestro, tiene un asidero en lo real, desde el cual nos posicionamos mediante la palabra escrita.
La poesía moderna latinoamericana, realiza un recorrido histórico largo y escabroso. En vida de la primera generación modernista hispanoamericana (1882-1900) es donde se hace el mayor trabajo sobre el lenguaje, se delimita la sonoridad y los nuevos ritmos, que hoy utilizamos como una herramienta invaluable, por sobre otra dicción que nos sonaba ajena, porque lo era, y en la cual los modernistas más auténticos no se lograban reconocer identitariamente. Pero no será sino hasta el siglo XX cuando entrarán en pugna varios registros en el mismo momento, y en donde como en un espacio babélico se darán citas varias estéticas donde se discutirán sonidos, formas, colores, tonalidades, etc. En este periodo de nuestra cultura, cohabitarán la estética de la segunda generación modernista con la primera vanguardia o vanguardia histórica (1909-1930). Cada una de estas tendencias poéticas será inestable, moldeable, cambiable, padecerá un registro camaleólico, que irá en diversas direcciones, pero donde ya se han dilucidado asuntos del habla, de los acentos, de la dicción del verso español, que se habían discutido en la fase anterior. Este periodo moderno de la poesía de la región, llevará a sus máximas consecuencias la poesía experimental, y al mismo tiempo cohabitará con las otras tendencias, como la poesía social, la poesía pura, el exteriorismo, el imaginismo, la antipoesía, el concretismo, la poesía visual, el neobarroso, el objetivismo, etc., que recorrerán distintos momentos del siglo XX hasta entroncar con el nuevo siglo, y las sensibilidades ligadas a la extrema digitalización del siglo XXI.
El desarrollo de la poesía latinoamericana se encontrará permeado por las ideologías políticas, por las guerras grandes y chiquitas, a mitad del siglo se sentirá el peso del acabamiento del mundo después de dos sucesivas guerras mundiales, que inevitablemente marcarán los cambios, rupturas, exabruptos en el registro general de la poesía de la región. Allí en esa coyuntura aparecerá la sensibilidad antipoética como un gran cambio en el registro. Un medio siglo después la poesía asistirá al final de los grandes relatos de la modernidad que caerán con todo su peso hacia 1989, cambiando el rumbo de la utopía de este periodo, para intercambiarla o fragmentarla por otras utopías, de perfil postmoderno.
Se trata entonces de un contexto histórico de un largo siglo, que le ha dado a la poesía material sobre el cual escribir. También la ha proveído de distintas sensibilidades, de acuerdo a las direcciones del progreso de la modernidad en sus respectivos espacios geográficos y de las formas agresivas en que la postmodernidad ha fragmentado las subjetividades y el perfil del yo profético de la poesía más prestigiosa de Latinoamérica.
La poesía ha dado cuenta de esos cambios y su lectura es un viaje de reconocimiento por las distintas sensibilidades. Los sujetos líricos de la obra completa de poetas famosos es nada más y nada menos que una piedra tallada con la historia del país y de la región donde la historia se haya encarnizado más con los artistas.

En ese contexto de inicio de siglo XXI es que nos encontramos con el libro Díptico, poemario que como dicen los prologuistas, ha sido realizado a dos manos. En una práctica semi colectiva, los dos escritores Donald Urízar y María Elena Marroquín, han puesto a discusión sus sensibilidades poéticas, provenientes de un espacio geográfico y cultural, donde la historia también ha marcado a la poesía que se piensa, se construye, se escribe y se publica desde allí.

El poemario trae a nuestro juicio dos estilos en la escritura de los autores. De cierta forma se trata de dos estéticas distintas. En la parte diseñada para los poemas de Donald Urízar, el verso mantiene un ritmo más aprosado, aunque la estructura de las líneas sea versal, y se tiende a utilizar y revisitar imágenes acuñadas en el imaginario poético de Quetzaltenango, de donde es originario.
La estética que visualizamos en los poemas de María Elena Marroquín está menos ajustada a ese imaginario. Se trata de una sensibilidad que tiende en su estructura formal a las búsquedas del pos-post. Versos muy cortos y entrecortados que van dando cuenta de una sensibilidad que aborda la subjetividad del yo lírico como en fragmentos, como a retazos, sin perder nunca el ritmo regresivo del poema. En su concepción aborda los temas del dolor, la angustia y la soledad de los sujetos urbanos, susceptibles a los cambios en las coordenadas de los roles sociales de la familia como institución, de la sociedad como rectora de un universo, en donde ha dejado de tener los privilegios obtenidos durante la modernidad. El sujeto lírico se decanta en una voz que emplaza el rol que le han asignado y que se ha ido transformando, donde los sujetos sociales no han tenido tiempo, para adaptarse a los cambios vertiginosos que ocurren en el imaginario de la globalización. De esta manera trata con cierto escepticismo la transformación abrupta de los papeles jugados por las mujeres, en sociedades en transición, sujetos que no han tenido tiempo de adaptarse y comprenderlos a cabalidad, para integrarlos a la vida diaria y cotidiana, en donde repentinamente se ven inmersos en el espacio público, después de abandonar el confortable espacio doméstico, en donde estaban confinadas.
Pensamos que en los textos de los dos autores se verifican realidades un tanto distintas. En el mundo de Urízar hay una mayor idealización de las distintas utopías modernas. La naturaleza es capaz de amainar los dolores del alma:   “Con mi cuerpo deshecho./Y corazón, mutilado./Demarcas mi verano,/Calmas la llama interna”. (Díptico, 5). En los poemas de María Elena, el sujeto lírico es estúltico, padece de amnesia, actúa con falta de cordura, y posee cierta terquedad con la cual enfrenta el mundo que le rodea en ese momento: “Tú dices que vivo de noche cuando es de día,/que te fastidia que celebre la navidad todo el año/ murmuras según tú sobre mi demencia y te la/ gozas en silencio”. (Díptico, 6). En nuestra opinión el yo lírico ya no tiene de donde asirse para comprender el mundo que vive, se trata de la nueva y descarada postmodernidad, y su principal recurso es aparecer con ciertas resistencias y combatir el perfil del tiempo agreste que se le presenta al sujeto lírico. Es una voz que se siente constantemente emplazada. Responde líricamente a las preguntas de un presente que ya no se entiende, bajo los preceptos de las utopías de la postmodernidad.
En el prólogo de este libro se señala la existencia de una vena humorística, y a la que nosotros le llamaríamos lapidaria. Se trata de aplicar el escarnio sobre esa parte de la sociedad, que regularmente está entendida en el cuerpo del otro que ya no nos entiende.


Es posible decir que en ambos poetas hay una tendencia a abordar las historias de vida, a través de los poemas. Existe una vena autobiográfica que en los poemas de Donald se convierte en alegoría del paso del tiempo y en reflexiones existenciales un tanto proféticas por un lado, y por el otro le aparece el escepticismo de la postmodernidad. Estos diferentes matices se acusan mucho más en los textos donde le escribe a su poeta compañera de libro. En los textos independientes de María Elena, la historia es una historia asimétrica, fragmentada, en donde los textos van funcionando a manera de fuerte choque de emociones y sentimientos latigueantes con los cuales se lapida el sujeto lírico, enfrentado a un otro, esa parte de la sociedad que pone al yo, en el banquillo de los acusados. Los textos compartidos como en una conversación, tienen un tono intimista, casi confesional.
Si existe un diálogo en el libro, éste está dentro de ese apartado de poemas, donde hay una confesión de intereses poéticos, donde se comparten las mismas búsquedas, aunque las diferencias generacionales parezcan oponerse. Ya que en las partes independientes de Díptico, se realizan otros operativos poéticos, más ligados a sus propias estéticas. En estas partes se marcan dos estadios de la poesía del pos-post proveniente, de espacios culturales ladinos o mestizos, en donde los yo líricos debaten su propia historia como sujetos en transición de una etapa a otra, y en donde el espacio geográfico que los alberga o que los contiene como sujetos históricos, ha ido cambiando drásticamente, pese a sus esfuerzos por retener el pasado idílico y mítico, que se hace mucho más legible en los poemas de Urízar, en tanto, la desilusión, el escepticismo y la flagelación proveniente de los poemas de Marroquín, nos deja ver el otro lado de la moneda, el de los sujetos insatisfechos, caóticos, que se resisten a encajar en la sensibilidad del nuevo mundo, sin problematizar ese tránsito.


Lo que sí es cierto es que en el libro también es posible leer el peso de la tradición poética de Quetzaltenango y las distintas maneras en que los autores dilucidan esto de la tradición. Los poetas se enfrentan al público en una misma edición, y sus estéticas particulares, aparecen contrapuestas. Se hace por eso mucho más evidente la vena desacralizadora de la poesía de Marroquín, trabajando los malestares del ser mujer en una sociedad en cambio y en crisis para el propio género. En tanto los textos de Donald Urízar, están dialogando con su tradición poética más bien. Hay una fuerte tendencia al exteriorismo, mezclado a una línea existencial que posee a momentos una vena crítica sobre ese sujeto que está en transformación, y que ve en su mismo espacio vital varias tendencias de vida, de las cuales saca aprendizajes, y logra salir menos herido que otros sujetos sociales. De hecho la vena lapidaria le sirve al yo lírico en los poemas de Urízar para despojarse del dolor de haber perdido algo que supuestamente le pertenecía o lo hacía suyo a contrapelo.
Desde este trabajo es un poco arriesgado hablar de un canon o listado oficial de autores y autoras en Quetzaltenango, y en Xela específicamente. Pero nos parece que este libro abona a la discusión sobre el canon xelateco. Sobre todo porque pone en evidencia que los autores vienen de distintos espacios estéticos y desarrollos desiguales. Nos señala dos tendencias de la poesía de este espacio geográfico, que habría que discutir a partir de otros parámetros que ya existen. Reunidos en el mismo volumen, se hacen mucho más visibles las tendencias poéticas de los autores, donde se entablan diálogos con su propia tradición, e intentan conversar con un corpus mucho más amplio, como lo es el guatemalteco urbano, centralizado en la ciudad de Guatemala. Es indudable por donde se vea, que aportan con sus textos y su camaradería poética, a la historiografía nacional. Estamos convencidas que cada publicación a la que le prestemos mayor atención desde el punto de vista estético, es un aporte a los estudios que desde esta academia imaginaria, sobre los estudios literarios nacionales, hacemos algunas desde una cueva académica, siempre sin quietud.


 
Aída Toledo. 
Al respecto de la presentación del libro poético Díptico en el Centro Cultural de España.
Guatemala, 9 de mayo, 2016.

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